Emanuel Ginóbili, baluarte de la Selección Argentina de básquetbol, y sus sensaciones después de sumar una nueva estrella a las vitrinas del deporte nacional. La unión de un equipo irrepetible, que tiñó de naranja a todo un país. Porque durante el Preolímpico, de La Quiaca hasta Ushuaia, se respiró básquet.
“La Generación Dorada” sigue dando que hablar. Una camada de deportistas fantástica, merecedora de todos los reconocimientos posibles. El básquetbol argentino, como quedó demostrado en el Preolímpico, sigue siendo de “elite”, paradójicamente manteniendo el instinto “amateur”. Ese que pone al triunfo y al trabajo en conjunto, por encima de todo, sin ningún privilegio individual. Porque, como dijo Dolina alguna vez, “siempre es más lindo jugar con amigos”.
La selección de básquet de nuestro país se ganó el respeto del mundo, incasablemente cruzó cualquier frontera posible, a tal punto que se propuso incluir en el legendario “Salón de la Fama” de la NBA a este equipo maravilloso, repleto de virtudes deportivas, que serán ejemplo de los más chicos en un futuro cercano.
Emanuel Ginóbili, Pepe Sánchez y Hernán Jasen, fueron los representantes de nuestra ciudad, cuna de grandes próceres de esta disciplina a lo largo de la historia, a los que además se les suman otros bahienses, que han formado parte de los planteles en esta década memorable, como Alejandro Montecchia en el rol de jugador, Sergio Hernández como entrenador, y Néstor “Che” García, en su reciente faceta de ayudante de Julio Lamas, por citar solo algunos casos.
“Volver a casa después de conseguir un logro tan importante, es muy gratificante, asíque más feliz no puedo ser”, nos comentó Ginóbili, caminando por las calles de Bahía, tras regresar de Mar del Plata con un nuevo título. “El sentimiento es el mismo de siempre aunque no hubiésemos ganado. Ya lo que se logró en tanto tiempo es muchísimo. La diferencia es que nos consolidamos en casa, nuestra gente nos pudo ver y se pudo emocionar; y que la gente este tan contenta, nos contagió. Fue muy lindo jugar este torneo, el Polideportivo estuvo espectacular y realmente la pasamos muy bien”, agregó.
Por eso, este triunfo en el “Torneo de las Américas”, se siente propio. Al igual que el subcampeonato en el mundial de Indianápolis, la medalla dorada en Atenas, la de bronce en Beijing, y demás laureles. Siempre que la Generación Dorada ganó un título, también hubo un bahiense para subir al podio y hacernos sentir partícipes, acrecentando el amor de la ciudad por un deporte que se lleva en la piel.
En la final en Mar del Plata, Argentina venció a Brasil 78 a 75, tomándose revancha del equipo de Rubén Magnano (técnico argentino campeón en Atenas), que fue el único verdugo a lo largo del campeonato, con una actuación descollante de Luis Scola, el capitán y jugador más destacado del certamen. La imagen con el triunfo ya consumado, fue la misma. Porque este equipo, en su esencia, nunca cambió (ni cambiará). Una montaña humana festejando otra gran alegría, y principalmente, dedicándole el título a dos compañeros que no pudieron estar: Leo Guitiérrez, marginado del torneo por un problema cardíaco, y Andrés Nocioni, lesionado.
“Esto es amateur, acá nadie viene por plata”, asegura orgulloso Manu Ginóbili. “El ‘Chapu’ (Nocioni), por ejemplo, dejó un montón de cosas por venir a jugar este campeonato, y encima para terminar con el pie casi roto. Es heroico lo que hizo este pibe. Y actitudes como esa, ayudan al resto, te hacen sentir orgulloso y empujan al de al lado para seguir”, finalizó.
En un mundo exitista en el que el deporte no es la excepción a la regla, observar a jugadores que lo tienen todo, seguir disfrutando como el primer día de compartir un vestuario con amigos de toda la vida, conmueve. Por eso el aplauso interminable de la gente. Porque este equipo se lo ganó. Adentro de la cancha, y afuera también. Como en el teatro, cuando un gran actor termina su función, y la admiración no sólo queda representada en la ovación desde las butacas, sino fuera del escenario, en las calles. Cuando un chico o adulto se cruza de repente con Ginóbili, Scola, Oberto o quien sea, y le dice con total sinceridad y admiración: “gracias por tantas alegrías, maestro”.